En desintoxicación comíamos hasta reventar. No recuerdo un solo yonki que no se volviera loco por los ultraprocesados, yo el primero. Ahora, una revisión que analiza los estudios más recientes nos revela que los atracones de comida parecen influir en nuestra vulnerabilidad a la hora de desarrollar una adicción.
Si usted ha estado alguna vez en un grupo de terapia por adicciones, sabrá que es habitual que se hable de las dificultades que tenemos con la comida. Y es que resulta que la mitad de las personas que han desarrollado una adicción también tiene algún trastorno de la conducta alimentaria. Esto no es extraño, puesto que el consumo de alcohol y el consumo de azúcar, por ejemplo, comparten las mismas vías en el cerebro: ambas ingestas nos hacen sentir gustirrinín.
Eso es cosa de nuestro sistema de recompensa cuando se produce la liberación de dopamina en el sistema límbico. Tenga en cuenta que cuando aprendimos a caminar a dos patas, todavía no teníamos acceso a los supermercados y debíamos sobrevivir en contextos de muchísima escasez, así que nuestra biología se dedicó a gratificarnos cuando encontrábamos comida más calórica.
Mientras estaba ingresado en el centro de rehabilitación yo no sabía esto, aunque debí sospecharlo porque cada vez que tenía ganas de consumir me daban un vaso de agua con azúcar.