Se puede decir sin temor a equivocaciones que el boxeo cubano no ha tenido atletas como Yordenis Ugás, pero se puede afirmar que Cuba no ha tenido en los últimos sesenta años un boxeador como él.
Capaz de superar todos los obstáculos que la vida le puso delante, muchos de ellos propios de la naturaleza dictatorial del régimen totalitario cubano; capaz de resurgir como deportista y renacer como persona en el doloroso trance de ser libre.
Una libertad que Ugás lleva como bandera, intuyendo su complejidad político-filosófica pero consciente del camino que lleva hasta su prístina verdad. La historia de Ugás es la de un éxito deportivo ganado con sangre, sudor y lágrimas. Pero, sobre todo, es la historia de un cubano que ganó la pelea contra el miedo y la opresión.
Un boxeador que ha hablado a los cubanos como un patriota humilde, un hermano, un amigo, un ser sensible, único en ese ecosistema de puños y arte de la pelea. Ugás, todo un caballero, respeta a su rival en el ring, pero desprecia a los cobardes que oprimen a un pueblo indefenso con la violencia de las armas y el poder despótico.
Ugás fue derrotado el sábado por el estadounidense Mario Barrios en su pelea por el título interino de las 147 libras del Consejo Mundial de Boxeo. Y este domingo, como siempre hace, dio la cara, felicitó al rival y dejó caer la posibilidad de un retiro inminente.
A sus 37 años y boxeando desde los seis, ya es hora de pensar en dejarlo. Y lo merece, después de la gesta deportiva y humana que ha protagonizado. “Mi familia ya no quiere que esté en esto”, dijo. Y es lógico.
Todo es pura lógica en la mente y las palabras de Ugás. No se ha visto nada igual en el boxeo cubano, y poco hay que se le parezca en el ágora cubana. Sin dudas, el joven santiaguero ha brillado con los puños tanto como con su palabra.
Y el resultado es ostensible: la admiración, el cariño, el respeto de todo un pueblo que ha visto fascinado el recorrido de un hombre que luchó con todo por ser libre, que renunció al estatus de campeón oficial para lanzarse al mar, para escapar cuantas veces hiciera falta de sus “dueños” en busca de libertad.
Y lo consiguió. Y una vez que fue libre, vivió en la pobreza (dos derrotas y dos mil dólares en la cuenta) pero agradecido por cada día que pasaba en libertad, por cada oportunidad, por cada momento que forjó su voluntad. Y así consiguió superar las barreras en lo deportivo y romper los barrotes de la mentira y la maldad.
Y renació como ídolo de millones de cubanos, a los que supo hablar de manera natural de la condición humana bajo el yugo de la tiranía. Y vibró con cada estremecimiento del pueblo, y se indignó, se manifestó, se solidarizó, y gritó en todos los escenarios Patria y Vida, dejando humillados y rabiosos a los esbirros de la dictadura con su activismo político.
Está cerca el retiro del boxeo para Ugás. Pero más cerca está y estará siempre el agradecimiento de los cubanos, la puerta grande de la historia de Cuba. La que supo ganar como un campeón sobre el cuadrilátero y como ese personaje heroico de la sociedad civil cubana.