La auténtica piedra de toque con la que se medirá el nivel del Barcelona esta temporada es la Liga de Campeones. Los azulgranas conquistaron LaLiga el pasado curso, pero eso no fue suficiente para quitar el mal sabor que Europa lleva dejando los últimos años. Hace ya tiempo que los culés no dan la talla en el Viejo Continente. Probablemente, desde el batacazo en Anfield en las semifinales de 2019.
Aquel partido supuso un punto de inflexión en la actuación del Barça en competición continental. El principio de la decadencia. El equipo nunca ha vuelto a llegar tan lejos en Europa. Sirva como dato ilustrativo que los azulgranas no se imponen a un ganador de Champions a domicilio desde hace tres años. Fue en la fase de grupos de la Champions 2020-21 a la Juventus. En aquel entonces, Ronald Koeman se sentaba en el banquillo culé.
Desde ese día, toda visita a un campeón europeo ha terminado mal para los catalanes. Tanto en Champions como en Europa League. Benfica, Bayern de Múnich -en dos ocasiones-, Inter de Milán y Manchester United se han impuesto al Barcelona con mayor o menor holgura cuando han actuado como locales.
Con este currículum, la visita a Oporto del miércoles se presenta como una oportunidad para que los azulgranas se sacudan algunos complejos. El equipo luso no pasa por su mejor momento -perdió el Clásico portugués el viernes-, mientras que el Barça tiene algunos indicadores que invitan al optimismo.
Imponerse en un campo con solera como O Dragao sería un primer paso para edificar un cambio de tendencia. Además, vendría de perlas para empezar a encarrilar un pase a octavos que este año es innegociable.